“El Metrocable rompe con la division que hay en la ciudad”
Hugo Prieto
Últimas Noticias, 27 de marzo 2011
Una de las víctimas más notorias de la polarización política que horada a Venezuela es el Metrocable de San Agustín. Desde las estaciones El Manguito y La Ceiba, la vista de Caracas es, sencillamente, alucinante. Pero muchos caraqueños se abstienen de visitar el barrio, por razones quizás infundadas.
Natalya Critchley se vincula al Metrocable a través de un proyecto que contó con el respaldo de Odebrecht, la empresa de ingeniería que desarrolló la infraestructura de este sistema de transporte público. En La Ceiba descubrió a Caracas como un tema visual, “al que puedo hincarle el diente”. Pero también se vincula a las organizaciones comunitarias que respaldan esta obra. “La gente está ansiosa de que se haga la inversión social que incluía el proyecto original”. Es decir, intervenciones en espacios públicos y la aplicación de tecnologías verdes que le den sustentabilidad al Metrocable y al propio San Agustín.
¿Cuál cree que puede ser el impacto social del Metrocable en San Agustín?
Creo que hay un gran cambio en marcha, que quizás se pueda detallar en ejemplos modestos todavía. El solo hecho de tener ese sistema de transporte público cambia la vida de la gente que vive allí, más allá de las críticas que pudieran hacerse. El acceso a la ciudad para quienes viven en la parte alta e intermedia de San Agustín se demora cinco minutos, antes ¿cuánto tardaban? ¿20 o 30 minutos? Actualmente hay una conexión inmediata con Parque Central (avenida Lecuna), anteriormente era con la urbanización Las Acacias y la avenida Victoria. Hubo un cambio, incluso, especial. Los domingos pueden bajar y comprar pan y el periódico, que es la misma rutina que hay, por ejemplo, en Los Palos Grandes.
San Agustín se integró a la ciudad, ¿pero la ciudad se integró a San Agustín?
El Metrocable es un sistema de transporte público muy distinto al que ofrecen las camionetas o yises. Hay menos contacto intrapersonal y de alguna manera te desplazas aislado. Puede ser un incentivo para quienes quieran ir a un barrio como San Agustín. De hecho, comienza a ir gente de clase media. El impacto social es importante, porque de alguna manera rompe con la división de la ciudad. En Puerto Ordaz, por ejemplo, hay una especie de apartheid. Esa división entre una ciudad de clase media profesional, que es Puerto Ordaz, y el barrio obrero que puede ser San Félix. Cruzabas el Puente sobre el río Caroní y entrabas en otro país. Fue algo, además, que se hizo con una intencionalidad política, porque cierras el Puente y aquí se acaban las protestas, aquí no pasa nadie. No es fácil ese intercambio entre paisajes urbanos que suelen estar entremezclados.
Hay una fantasía con la idea de que los venezolanos somos iguales, de que somos abiertos. Pero la realidad es muy diferente y las ciudades pueden reflejar esa división como ocurro en Puerto Ordaz. En Caracas, quizás esa división es menos visible.
Pero incluso más agresivo. Porque en Caracas los barrios son verticales y se asoman a la ciudad o hay bolsones, como en Chacao. No hay distancia entre una realidad y otra. Puerto Ordaz es una ciudad muy extendida, a diferencia de Caracas y la percepción popular capta ese hecho. En un estudio de opinión, por ejemplo, se estableció que los tres elementos de Ciudad Guayana eran las industrias, los ríos y la inmensidad territorial. Hay como una sensación de expansión cuando aquí ocurre todo lo contrario.
Si bien se hizo una inversión importante en infraestructura de transporte que cambia la realidad de las personas, hay otros componentes que influyen de igual manera en ese cambio. ¿Cuáles son esos componentes? ¿Qué habría que hacer para potenciarlos?
De alguna manera, las estaciones del Metrocable se mantienen aisladas. Hay una supuesta política para que la comunidad se apropie de esos espacios, pero cuando quieres desarrollar una actividad como puede ser un taller de pintura o una reunión, tienes que hacer una cadena interminable de cartas solicitando permisos. A mí, como artista que ha tratado de organizar cosas, también me ha pasado. El proyecto original de Metrocable, que recientemente se expuso en Nueva York, incluía inversión social vinculada a las estaciones, por ejemplo, mercados provistos por el Metrocable para que la gente pudiera hacer sus compras cerca de sus casas. Había mucho más intervenciones de los espacios públicos: la construcción de un boulevard en el filo de la montaña, áreas deportivas y un auditorio que sería la sede de un núcleo del sistema de orquestas de Venezuela.
Una estrategia fundamental para disminuir los índices de violencia es, justamente, cambiar el entorno de la gente. Sin embargo, esos proyectos asociados a las estaciones están inconclusos. ¿Qué expectativas tiene la gente de San Agustín, las organizaciones comunitarias que apoyan el proyecto?
Con la gente que he tenido contacto, con la que he trabajado y sigo trabajando, quizás la más involucrada en diversos proyectos, como el colegio de Fe y Alegría, ubicado en la parte alta, hay mucha expectativa de que eso se haga y no necesariamente que lo vengan a hacer desde afuera, sino que ellos también lo quieren hacer. El año pasado iniciamos la recuperación de un espacio cercano a la estación La Ceiba. Este año preparamos una propuesta en el Fonacit para aplicar a fondos Locti y meternos de lleno en la recuperación de esa zona, utilizando reciclaje y tecnologías verdes, pero también recuperarlo como área recreativa y para un huerto organopónico. También un café para desarrollar actividades turísticas.
Es increíble que la vista de Caracas que se puede apreciar desde la estación El Manguito o La Ceiba no tenga un correlato con la infraestructura del Metrocable, que muchos Caraqueños desconozcan que desde esas estaciones la visión de la ciudad es sencillamente impactante.
Yo vivo invitando a la gente para allá, pero no sé… es parte de la polarización política, de esos temores, de esas divisiones sociales, de todo esos problemas.
¿No cree que en la medida en que se hagan esas intervenciones, la posibilidad de ver la ciudad desde esas estaciones le llegue al resto de los caraqueños?
Esa es la idea, la expectativa, la añoranza, el deseo, de la gente de San Agustín. Sé que Fundacaracas, a través de la Alcaldía Libertador, está desarrollando un proyecto piloto de ordenanza urbanística. Ellos se reúnen los días jueves en la sede del Frente Francisco de Miranda para darle continuidad a los proyectos socioproductivos. En el sector El Manguito hay un proyecto con un banco brasileño, La Caixa, para la construcción de vivienda, pero no sé en qué situación se encuentra.
Otra de las ventajas que ofrece San Agustín es su innegable tradición musical. ¿No debería dársele un mayor impulso?
En el pasaje está la Fundación Madera, que suele hacer presentaciones y en Hornos de Cal hay muchachos que hacen toques en las escaleras. Las reuniones de las organizaciones culturales se realizan en el Teatro Alameda. Si, la música es un gran valor de San Agustín. Recientemente se graduó la primera promoción de bachillerato en el colegio Fe y Alegría y los bachilleres en mención turismo hicieron unos proyectos realmente interesantes. Me dicen que comienzan a funcionar establecimientos de hamburguesas en los alrededores de la estación Hornos de Cal. Ahí hace falta ese trabajo social de Metro para que este sistema de transporte sea la más permeable a la comunidad y no ese bunker arriba. La sensación es un poco intimidante, que contrasta mucho con el proyecto original.
¿En qué situación se encuentra el proyecto que introdujeron en el Fonacit?
La exigencia de ese organismo es que la comunidad científica trabaje en las comunidades. Nosotros estamos trabajando a través del Ivic y al proyecto de recuperación de espacios se incorporaría un biólogo.
El reciclaje y las tecnologías verdes son indispensables para darle sustentabilidad a las estaciones del Metrocable.
Y también de las comunidades. Una de las cosas que incluye el proyecto es hacer unas letrinas secas, tal como se hicieron en la parroquia La Vega. La idea es que tenga un sistema que recoja las aguas de lluvia, que atienda las necesidades del huerto e impida la erosión del suelo. En San Agustín hay red de cloacas hasta la parte media del cerro, pero es una red muy vieja y dañada. Las aguas negras socavan el terreno y eso es parte de la precariedad de las viviendas allí.
¿Cómo artista qué es lo que más le llama la atención de San Agustín?
La vista. Allí descubrí a Caracas como tema visual, digámoslo así. Encontré un tema al que puedo hincarle el diente, que no había encontrado. Y también la parte social, porque el proyecto de tecnologías verdes, evidentemente, tiene mucho más aspectos sociales que artísticos, aunque estos están presentes. La idea es trabajar con los escombros en el diseño de nuevos espacios. Eso incluye un diseño y ahí entraría la parte artística.
¿Qué valoración hace de las expectativas que manifiesta la gente y las respuestas que pudiera dar el Estado para que eso funcione?
Mi experiencia con la gente con la que he compartido allí es que hay una creciente frustración con las autoridades. No creen que la asistencia se vaya a dar. Pero hay un grupo de apoyo comunitario que ha seguido trabajando.
Es una sensación ambivalente, porque si bien aparecen signos de frustración, hay una ansiedad muy extendida de que esos proyectos culminen.
Sí, y también hay entusiasmo, porque el Metrocable es una realidad. La gente decía que eso no se iba a hacer, que era mentira, pero ahí está y a la vez les da mucho ánimo, mucho empuje. Lo que ocurre es que los procesos sociales son lentos y siempre tienen sus idas y vueltas. La comunidad desarrolló una agenda para darle sustentabilidad al Metrocable y al propio San Agustín. La agenda turística tiene todo un inventario de los recursos que tiene el barrio, con sus aspectos culturales y turísticos y también con propuestas para el desarrollo de proyectos socioeconómicos. El proyecto que hemos introducido en el Fonacit es la continuación lógica de esa agenda. Algo que empezamos con el apoyo de Tricolor el año pasado.