Francisco Da Antonio, 1999
A primera vista, la obra de Natalya Critchley parece tan solo una recreación del paisaje industrial y urbano de Ciudad Guayana, modificado por la visión planimétrica y en gran medida abstracta de su resolución plástica, en cuyos términos el “motivo” sería el pretexto para la liberación de una dramática y gestual expresividad. Esto, como veremos, deviene una verdad a medias y, en Buena parte, si se quiere, de las muchas verdades que confluyen y se manifiestan en la producción de la artista.
“Esta ficción –dice Natalya refiriéndose a su propia obra- es un apasionado vistazo de construcciones y fábricas; el producto de una investigación, el trabajo que fui haciendo durante años: estructuras silueteadas contra el cielo de este paisaje que parece tan árido, tan poco acogedor, tan poco estético, pero tan atrayente que es una obsesión… Así necesito volver porque todo cambia tan rápido: las empresas se amplían, nuevas vías se abren, se construyen autopistas. Me impresiona como cambia un terreno cubierto de monte, que tiene subidas y bajadas, que posee una vida en sus habitantes originales, los cuales quedan atrapados en ese laberinto de tuberías o en el jardín de un edificio en cuyo estacionamiento una tragavenados somnolienta se enrolla en el volante de un jeep. (Yo) quiero fijar el cómo se hizo: en estos terrenos llegan las máquinas y de un solo trancazo nivelan por aquí, bajan por allá, rellenan por el otro lado y cuando queda todo listo, forrado de cemento, cubierto de asfalto, alumbrado y con aguas negras canalizadas debajo de las calles, todo parece tan natural como antes.”
Véase como ella misma califica de “ficción” – suerte de paradoja entre la realidad y a imagen- la obra surgida de un “apasionado vistazo” que es, al mismo tiempo, investigación y el trabajo de años frente a un paisaje inhóspito, “pero tan atrayente que es una obsesión”, tal como ella lo expresa. Es obvio, sin embargo, que más allá de una “obsesión” se corporiza una razón de ser y un planteamiento mucho más profundo y consistente que cualquier “apasionado vistazo” a la vastedad territorial de Ciudad Guayana.
La poética de Natalya Critchley se cumple no como una relectura del paisaje como pretexto compositivo, cuanto por un requerimiento interior de su sensibilidad que, frente a la espectacular modificación del entorno orinoquense -la sistemática devastación de la selva y el subsecuente desarrollo vial, urbanístico e industrial- genera también en ella, como sincrónica respuesta de su erizada percepción visual, un incesante cambio a nivel de sus medios expresivos, de sus imágenes plásticas y de sus proposiciones conceptuales que marchan a la par de ese extraordinario y único proceso dialéctico de transfiguración de lo real y lo imaginario.