La pintura como continente

Entrevista a Natalya Critchley por Tahía Rivero. Julio 2015.

Desde su arribo a Venezuela en 1982, específicamente a Puerto Ordaz, Natalya Critchley ha centrado su atención en el paisaje. Por esa época, no era frecuente, ni lo es aún, que un artista contemporáneo se interesara con obstinada determinación en esta temática. La representación del paisaje impone hacer visible las cualidades del entorno, proporcionarle formas y jerarquías,   elementos significantes que contribuyen a la conformación de un imaginario nacional, de una identidad territorial.  Lo que llama la atención en Natalya es que no concibió la recreación del paisaje como un lugar apacible y romántico en el cual soslayar la mirada de acuerdo a la tradición europea instaurada en nuestro país hasta bien entrado el siglo XX; por el contrario, la artista llegó directo a lidiar con espacios feroces y despoblados, fábricas y construcciones de escalas colosales y a convertirlos en episodios asombrosos.  En los ochenta la multiplicidad de expresiones daban cabida a cualquier manifestación plástica, por fortuna la pintura vivía un momento de esplendor. Natalya se tomo en serio su expedición americana, la distancia de la capital y su carácter retraído la mantuvieron alejada de la convulsionada movida artística caraqueña de la época. Se metió de lleno en su trabajo desde donde nos revela el paisaje inédito de la vasta zona de Guayana, donde vivió por más de veinte años: “Con apenas dieciocho años tenía algo de rebeldía. Yo era una inglesa que salía a pintar al aire libre en aquel clima inclemente. No era algo corriente, pero las vistas eran fantásticas, así que salía a pintar llevando todo mi equipo” nos dice. Hoy en día, el suyo quizás sea el único registro que reseña pictóricamente la quimera del mega proyecto industrial del sur venezolano.

Años atrás, en Londres, donde vivió con su familia desde los dos años, ante la imposibilidad de inscribirse en la escuela de arte por su corta edad, asistía a los cursos nocturnos de pintura, dibujo y grabado; y siendo más pequeña se escapaba del colegio para visitar durante horas los grandes museos de la ciudad. Su padre era pintor y aún cuando no conserva ninguna de sus obras recuerda una reproducción de Paul Klee colgada en la pared de su taller. Cuando pudo estudiar arte no le interesó el sistema conservador que prevalecía en la escuela de tal manera que decidió ser una pintora autodidacta: “Siempre supe que sería pintora, pero ha sido una larga lucha conmigo misma. Me he cuestionado constantemente si no es esto un privilegio. No ha sido facil para mi haber elegido un camino no convencional. Me he preguntado la utilidad de esta profesión… es algo decorativo? Es algo burgués?”

Fue también la influencia de artistas que viajaron a la búsqueda de otras experiencias y geografías, como Henry Matisse y Paul Gaugin, además de un estilo de vida independiente, lo que la impulsó a viajar: “Desde adolescente me interesó Matisse en muchos aspectos de su vida aunque nunca pude representar la figura femenina. Sabía que me iría de Londres, sabía que si iba a pintar necesitaba la luz. Había visitado España y me enamore de sus paisajes, del color de la tierra roja, pero intuía que viajaría más al sur. No fui la primera, ya mi abuelo había sido diplomático en Suramérica. Aquí la gente es muy apegada a la familia, en Europa no, allá aprendes a ser independiente muy temprano. Crecí en un ambiente ligado al movimiento feminista, ayudaba a mi tía a montar las páginas de una revista, por tanto no fue nada raro que me fuera de la casa a los quince años, era natural”.

En la última década Venezuela se transforma, las tensiones aumentan. La persistencia en la pintura de Natalya continúa inquebrantable, es su gran compromiso nos confirma, pero su obra ha también ha experimentado un cambio. Ya no es el retrato de un proyecto delirante desecho en la desidia y el olvido que es Guayana. Ahora sus paisajes son la escenografía de la acción humana, de la empresa humana.  Sus preocupaciones se trasmutan en esas composiciones: “Caracas es una ciudad congestionada, llena de contrastes y violencia pero la naturaleza florece por doquiera. La montaña es ineludible, abraza la ciudad, es el marco de lo que aquí sucede y es indemne, majestuosa”.

“Llegué a San Agustín a través del proyecto del Metrocable, la compañía Odebrecht y un grupo de psicólogos sociales de la Universidad Central de Venezuela para trabajar con las comunidades incorporando el arte como una opción creativa y relacionarla con el innovador medio de transporte que sería instaurado. Hicimos talleres con niños y jóvenes, ha sido una experiencia increible. Es un espacio único en el medio de Caracas donde la topografía del barrio no ha sido tocada, las montañas permanecen sin aplanar, es un contraste muy interesante con la ciudad que está abajo” y agrega “Los Palos Grandes es el entorno personal, es donde vivo, tengo una vista privilegiada, son los grandes cielos, veo el Ávila mezclado con lo urbano, lo corporativo”.

Un paisaje parece siempre cercano, facil de comprender, pero los paisajes de Natalya son ricos, complejos y cargados de simbolismos. No son visualmente aprenhensibles en una mirada. La complicada composición, el dislocamiento de perspectivas, la disposición y aplicación de contrastes de color, exigen especial atención para comprender su gramática compositiva.  Por ejemplo, la repetición de ciertos mecanismos que le aportan orden y estructura al cuadro, en ocasiones se contrapone al amasijo de elementos que en él se concentran desordenadamente.  Los formatos amplios contribuyen a dar cabida a este compendio de formas simbólicas que danzan por el espacio pictórico recalcando situaciones urbanas y figuras que invaden todo el plano.

“No sé justificar la necesidad de ser pintora, no logro tener una explicación lógica, quizás sea la relación con la materia, la alquimia de la pintura, los pigmentos, la planificación de estos grandes formatos. No se si soy contemporánea, Gabriela Rangel dice que soy una expresionista pop. Desde que tomé esta determinación a los 9 años, no desistí jamás. Por eso me vine a Venezuela a los 18, al continente nuevo… y el continente era la pintura. No era un decir. Venía buscando la luz y aquí sigo bajo este sol”