Museo Sacro
Juan Carlos Palenzuela
Desde hace poco más de diez años, la pintura venezolana recibe la presencia renovadora de una artista de origen inglés, residenciada al sur del país, en Puerto Ordaz, en el límite entre ciudad y selva: Natalya Critchley.
En Critchley hallamos renovado interés por el paisaje, desde la noción más pictórica posible. Es decir, no se trata de la inmediatez del entorno real, lo deslumbrante de esa naturaleza amazónica, industrial y, además, en transformación, sino, más bien, de la expresión e imagen en la que se trastocan, por ejemplo, la perspectiva, el soporte, los sentidos discursivos de las líneas, las formas y los contenidos para, entonces, reinventar una visión contemporánea de ese paisaje, tan importante como desconocido por los venezolanos, de Puerto Ordaz.

Paisaje urbano en antagonismos industriales, de foresta tropical y de delirio en tierra de aventuras (lo tecnológico, el futuro) y restos humanos de enormes esfuerzos. Pintura llevada por momentos al terreno de las instalaciones y, de manera regular, manifestadas en los grandes formatos, tales como las telas que cuelgan fuera de todo marco o lindero. No en vano una de las exposiciones más celebrada de la artista se llamaba Tendederos (1991).Hay un espíritu pionero en esta artista desde el mismo momento en que persistentemente se trazan calles, se hacen rodar las grúas y mezcladoras, se definen los elementos de una cartografía contemporánea imaginaria. Nos habíamos acostumbrado a ver en su obra el mapa industrial del sur de Venezuela; enormes avenidas, la tierra rojiza quemada por el sol y puesta al descubierto por las excavaciones; el dibujo referencial de alguna montaña; el paso de los camiones; solitarios semáforos; altas grúas que, además, valen como elemento que quiebra o dinamiza toda la composición; la sugerente circularidad de la escena, sea por las vueltas de las calles o por el curso del río; en fin, aquella rica e integrante superposición de planos, a la vez aéreos y frontales; todo aquello respaldado por un color natural, crudo en ocasiones, reverberante, sinónimo de zona industrial y área de trabajo, aunque sólo mostraba el sitio y no los nombres.
Ahora Critchley exhibe Al margen del Orinoco, doce pinturas al óleo, en el Museo Sacro de Caracas. Lo primero que se distingue es un cambio en la temática: el río se hace presente, las historias de bucaneros (del pasado y el presente) comienzan a desfilar, y el color es tan liviano como estampado. En segundo término, hay un interés por la imagen, por el motivo que, desde la síntesis, manifiesta un empeño decorativo.
Barco y serpiente y Productos de exportación se refieren, en primer lugar, a un mudo figurativo en donde conviven dos tiempos: el pasado, representado en los galerones, las serpientes de mar y los ingleses, y el presente, simbolizado en barcos de carga y lo que significa el intercambio entre los hombres. Seguidamente, hay un conjunto de obras que remiten a las culturas primigenias, de evocación rupestre, con ciertos rojos-tierra que hacen pensar en el estampado sobre las piedras. Otros grupos de obras son aquellas que la artista llama “alfombras”, posiblemente fragmentación de las antiguas y modernas leyendas de la zona (Dorados de ayer y hoy) y que, asimismo, por instantes parecerían un tributo al maestro Matisse, con amplios sentidos del arabesco, de lo azul, de los espacial, del signo gráfico y a la vez pictórico. Funeral boat, para concluir, es el enlace entre lo estrictamente figurativo que ya conocemos de esta obra y los que su autora denomina “alfombras”: la dedicación femenina en la postulación de la utopía de la imagen.
*Publicado originalmente en ArtNexus #27, Feb-Abr 1998.