Una década decisiva

Francisco Da Antonio
Julio 30, 1991

Guayana es un vocablo cuyos ecos evocan ríos y bosques primigenios, un tiempo de secretos y de mitos, la presencia de unos dioses perpetuados en los grandes peñascos sumergidos en las profundidades de la historia; una tierra poblada de pájaros radiantes y quimeras, de hechizos y lagartos temibles: “Los ribereños del Orinoco” -registra el Barón de Humboldt-, “hablan diariamente acerca de los peligros a los cuales están expuestos. Han observado los hábitos del cocodrilo, como el torero ha estudiado los del toro. Saben calcular de antemano los movimientos del animal, sus medios de ataque, el grado de su audacia. En países donde la naturaleza es tan poderosa y tan terrible, el hombre se encuentra continuamente preparado contra el peligro.”

Para el artista de hoy, la recreación de ese mundo de crónicas y gestas, de arcabuces y penachos barridos por las aguas y los siglos, suerte de redescubrimiento de la Ciudad de Oro y del sueño de los Capitanes y las Cortes de Europa, la seducción ancestral deviene irrecusable. Para otros, la tarea se conforma a la ejecución de estampas “típicas”: el salto de La Llovizna, la caza del morrocoy, los tarantines de la buhonería… una pintura pocas veces trascendente, pero “auténtica”, al decir de sus degustadores.

Frente a esas dos vertientes tan diametralmente opuestas de ver y de experimentar lo circundante, la mirada de Natalya Critchley orienta su trabajo – por vía bien distinta de los fabuladores, pero aún más alejada de lo pintoresco – a la identificación de un hábitat transfigurado por los hombres y las máquinas: autopistas y calles, factorías y edificios residenciales, puentes y torres de transmisión eléctrica adonde el cableado se dilata sin aparente solución de continuidad hacia la infinitud del horizonte.

Natalya Critchley nació en Bournemouth, Inglaterra, el 5 de febrero de 1963. A poco de cumplir sus diecinueve años hizo maletas, tomó un avión y desembarcó en Maiquetía el 27 de diciembre de 1981. Exactamente seis meses más tarde -poco antes de residenciarse definitivamente en Puerto Ordaz – fue a visitarme a la GAN con un inmenso portafolio repleto de apuntes y trabajos cuya calidad certificaban su consistente formación escolar, el talento y la avasallante creatividad de aquella silenciosa muchachita a quien ahora conocía gracias a la intermediación de mi hija Amelia, vinculada desde Londres con algunos allegados de la pintora. En base a ese material y luego de una rigurosa selección, abrí el 25 de febrero de 1983, en las breves salitas de la Galería Viva México, su primera muestra individual, la cual coincidió con la gran retrospectiva de Henry Moore en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas. Y pese a tan desproporcionada coincidencia, la suya constituyó no solo una revelación sino también un exitoso evento.

“Natalya Critchley” -escribí al presentarla-“es una firma absolutamente inédita en el mundo. De modo que cuanto alcance a realizar, todo cuanto sume el desarrollo de su trayectoria artística y vivencial, tendrá como punto de partida su tránsito venezolano, la brevedad de estos días, de esta exposición, de esta noche. Y, en efecto, para una sensibilidad como la suya, más tensa que sutil, más inminente al drama que al misterio -tal la expresividad gráfica de su línea- la Venezuela que le ha tocado vivir deberá representar un filón que nosotros, atrapados en sus contradicciones, aún tardamos en percibir en su exacta medida. El trabajo de Natalya es un proyecto que indaga como a ciegas, pero con lúcida intuición, la realidad de nuestras cosas.”

En febrero de 1984 Natalya expuso en la Sala de Arte Sidor, en Puerto Ordaz, la serie ‘Terrenos Desolados’; una treintena de oleos fundamentados en el estudio de una agreste parcela contigua a su propia casa en el sector Los Saltos de Ciudad Guayana: una interpretación gráfica resuelta en tinta china y lápices de colores en algunos apuntes, más tensa y gestual en sus acuarelas, pero también más orgánica y, paradójicamente, más constructiva en sus oleos cuyas imágenes remiten a las horadaciones abiertas por las torrenteras invernales magnificadas por la emoción de la artista, quien resumió en una pequeña estampa xilográfica, dispuesta a modo de ilustración de su “catálogo” -una humilde tarjeta con un texto de María Fernanda Di Giacobbe- la estructura geológica del área: un desahuciado pormenor en el cual, tal como en los restantes piezas del conjunto, parecían esconderse extrañas y desoladas vivencias.

“¿Donde vas?” -se pregunta María Fernanda- “Todos los días apareces cargada de utensilios y te vas recorriendo el solitario paisaje; lo conoces, te dejas envolver por él observando sus transformaciones, sus erosionados surcos. Entrar en los terrenos, empezar, como ayer, a ser parte de él; sentir como pasa el viento moviendo espigas y hierbas; sentir el sol que cae tostando los colores, derramando la luz hasta diluir el paisaje; sentirse lejos, en lugares remotos, desconocidos, sagrados; ya no hay otro sitio, otra realidad y allí pareces encontrar lo que buscas. Semejas comenzar un rito; todos están en espera mientras la paleta se llena de colores; el oficio continua, líneas y manchas ocupan el lienzo…”
El subsiguiente 26 de abril Natalya presentó en la Sala Interalúmina de la misma ciudad, una serie absolutamente distinta a los ‘Terrenos’: un numeroso grupo de tintas y acuarelas realizadas en la planta industrial de dicha empresa a lo largo de poco más de un año; casi medio centenar de piezas de bizarra y elocuente factura cuya importancia no radica tan solo en la calidad intrínseca de su ejecución, cuanto en la comprensión y el tratamiento de un paisaje aparentemente insípido y frente al cual Natalya, sorteando las seducciones y los riesgos del ilustrador como también del dibujante arquitectónico, nos ofrece una visión poética y monumental de la recia estructura metalúrgica erizada de barras y chimeneas, anillos y rieles trepidantes, hierros y maquinarias de sobrecogedores y heroicos diseños.

En 1985 Natalya se planteó una experiencia de carácter fundamentalmente abstracta, tomando como referencia las “pintaderas” indígenas, de lo cual dan fe dos oleos sobre papel de escuetas soluciones y una decena de acuarelas ejecutadas a modo de “collages” –pequeños trozos de papel semi-translúcidos yuxtapuestos y encolados sobre otros tantos pliegos- donde las formas y los signos de procedencia tribal establecen un juego de sutil apariencia paisajista negada, no obstante, por el carácter rigurosamente formal de lo constructivo. En todo caso, este fue un bello y enriquecedor paréntesis, suerte de diálogo interior mucho más ensimismada que sus viejos ‘Terrenos’.

En noviembre de este mismo año, en un gesto de aparente renuncia, Natalya voló a Londres reingresando al City Lit School of Art en cuyas aulas se iniciara años atrás, a fin de estudiar ahora el grabado en metal, tarea que prolongó hasta febrero de 1986, fecha de su retorno a Puerto Ordaz con sus dos primeros aguafuertes referidos al tema de ‘La Planta’, serie sobre la cual no volvería hasta dos años más tarde cuando, en un intento lamentablemente fallido por razones bien ajenas a su tenacidad, se vio obligada a renunciar al taller caraqueño donde había programado la edición de una carpeta de estampas destinadas a una de las grandes empresas metalúrgicas del Estado Bolívar.

Dedicada por aquellos días a la promoción cultural y al diseño gráfico, no fue sino hasta julio de 1987 cuando retornó a su actividad pictórica seducida por la idea de una nueva exposición en Caracas: 32 tintas y acuarelas de las expuestas en Interalúmina, más 28 grandes pasteles ejecutados con destino a los Espacios Cálidos, la Galería del Ateneo de Caracas, donde el 22 de noviembre abrió su segunda exposición capitalina: “‘Las Transfiguraciones de lo Fabril y de lo Urbano’” -escribí en su catálogo ‘Encarte’ de El Nacional de Caracas- “constituye la más reciente y madura experiencia de Natalya Critchley. Fechadas todas en el presente año, este grupo de tensas y dramáticas imágenes recogen no solo la imponente silueta de las factorías siderúrgicas, cuanto una gestual y conmovida visión del paisaje de Ciudad Guayana como no se nos había dado nunca antes en la historia de nuestra plástica: intempestivamente, una erupción de cenizas y sustancias temibles ennegrece los cielos a lo largo de kilómetros y el gran bajel de hierro despliega sus velámenes blanqueados por la alúmina en la inmensa bahía mineral de las antiguas selvas devastadas por los fuegos nocturnos. La mirada se transfigura entonces y la línea, un delicado y reiterativo hilo interrumpido a veces por flechas y celajes de inesperada violencia, parpadea describiendo marañas de enrevesadas luces, incandescencias lívidas, un eructo llameante, cósmico y premonitor de un tiempo impredecible: el pasado y el presente ceden lugar al augurio.”

Por aquel entonces Natalya me confidenció un proyecto cuyos primeros apuntes gráficos, fechados el 20-7-89, conservo en mi archivo. “Seguramente no lo vas a creer” -me escribió tiempo más tarde- “pero aquí está. Ahora que lo vengo a reescribir, he descartado algunas ideas, después se agregarán otras… pero realmente yo necesito espacio para ir trabajando las cosas más grandes para que tomen forma concreta. ¡Las ideas son tan volátiles! Es una exposición sobre Ciudad Guayana: ‘Los Tendederos’. Estructura central: sería un trabajo sobre las fábricas, partiendo de los dibujos investigativos (paisajes industriales en tinta china y pastel). Tiene referencias a diferentes lugares; es una abstracción industrial entre escultura y pintura utilizando tubos de metal soldado, laminas de madera pintadas y chatarra industrial. Esta es la estructura central alrededor del cual todos los demás elementos giran. Estructuras fabriles como dibujos tridimensionales en metal soldado. Pinturas: telas colocadas en tendederos de alambre o mecate que atraviesan la sala alrededor de la estructura central, creando la ilusión de pasillos, corredores, espacio dividido ligeramente. Las pinturas tocan el tema del ‘Gran Hueco de Los Saltos’, el paisaje abstracto de las acuarelas pequeñas, ligado un poco con lo de los autopistas y estacionamientos que estoy trabajando ahora. Por el momento estoy pintando sobre tela prensada sobre un bastidor convencional –no me convence mucho guindarlas de esta manera, a menos que se desmonte la pintura una vez terminada- pero también estoy experimentando con papeles preparados con tela y gasa, etc. Autopistas blandas: unos colchones grandes forrados de lienzo negro y decorados con diferentes elementos, símbolos de las autopistas: flechas, rayas intermitentes, etc. y posiblemente unas muñecas de goma espuma a lo largo de los bordes, y animales de goma espuma patas arriba. Estas autopistas blandas van colocadas en el piso alrededor de la estructura central… Objetos encontrados: irán colgados de las paredes. 1) Papagayo no-volante (tin-can-tail): rejilla con cola de latas aplastadas. 2) Papagayo no-volante: jergón con alambre dibujando la figura de una mujer recostada y un texto de Eva Hesse ‘I can´t be something for everyone…’ 3) Papagayo no-volante: base de silla.”

“La preocupación fundamental de este proyecto” –me escribía el 20 de junio de 1988- “es la relación que existe entre la vida industrial y la vida doméstica de la ciudad y de sus habitantes, lo cual se examina mediante la exploración de los diferentes aspectos de cada uno. Con los diversos elementos se propone construir una exposición más compleja de un trabajo que se viene desarrollando desde 1983. El trabajo comprende dos temas básicos: el paisaje cotidiano, la abstracción de la cual se llega a constituir una simbología personal, fomentada en la privacidad y reclusión del taller; y el paisaje industrial, al cual se llega a través de las autopistas (unificando y aislando a la vez), un mundo de máquinas y estructuras; una materia tan inmensa que exige una etapa de investigación, recopilación de información, para luego proceder a digerir y trabajarla.”

Cuatro meses más tarde volvía a escribirme desde Ciudad Guayana: “Estoy trabajando en la maqueta: hay que trabajar con soldadura para que queden bien; de todas maneras trabajo más cómodamente aquí en la casa.” Este año nació Andros, el primer hijo de su matrimonio.

A título de ‘Homenaje a la Corporación Venezolana de Guayana en su XX Aniversario’, Natalya inauguró el 7 de marzo de 1990 en la Sala de Arte Sidor en Ciudad Guayana, su exposición ‘Paisajes Industriales 1988-90’. El proyecto de ‘Los Tendederos’ continuaba, por lo pronto, en una suerte de semi-clandestinidad asumida por todos. El texto de su catálogo deviene un material invaluable para la interpretación de su propia poética: “Aquí se enseña el producto de una investigación; el trabajo que fui haciendo durante años de incursiones en el mundo industrial. Esto es lo que escogí para representarlo: estructuras silueteadas a contra el cielo de este paisaje que parece tan árido, tan poco acogedor y estético, pero que me resulta tan atrayente que es una obsesión. Así necesito siempre volver, porque todo cambia tan rápido…”

“Me impresiona como cambia un terreno cubierto de monte, que tiene subidas y bajadas, que posee toda una vida en la actividad de sus habitantes originales, los cuales quedan atrapados en ese laberinto de tuberías, o en un jardín ornamental de un edificio administrativo en cuyo estacionamiento una tragavenado soñolienta se enrolla en el volante de un jeep.”

“Estas son las migas de mi información porque el trabajo no solo era buscar el ángulo que quería y anotarlo en el papel, sino que comenzaba al relacionarme con las personas encargadas, al escribir las cartas solicitando los permisos y fijando fechas. Luego ir con el uniforme apropiado (braga, botas, casco como protección y camuflaje para igualarme, para ser una más, para ver desde adentro), preparar los materiales, montar todo en el taller andante, llegar al lugar, mostrar mi permiso y, de pronto, el momento: hay que hacerlo; es como un desafío al miedo de exponerme, como lo hago hoy al montar todo este parapeto en una sala abierta al público, al imprimir afiches y catálogos, al escribirles esto para que vengan y vean.”

Pero si bien ‘Los Tendederos’ continuaban a la espera de su perfil definitivo,
‘Los Estacionamientos’ ya venían dando que hacer: rechazados en una Bienal de Jóvenes Artistas en Ciudad Bolívar, pocas semanas más tarde recibían un flamante galardón en un evento similar celebrado en Puerto La Cruz. Imágenes rigurosamente planas a modo de instantáneas aéreo-fotográficas, el rectángulo central aparece seccionado por múltiples perpendiculares, flechas y rayados direccionales -las áreas de parqueo- cuyas finísimas líneas, inalámbricas huellas del pulso de Natalya, corretean entre la mirada del niño y las fábulas de Klee. Un conjunto de estas magníficas telas se exhibieron el 3 de junio subsiguiente en la Galería Artisnativa de Caracas: “Su obsesión pictórica” -leemos en el catálogo de Artisnativa- “se fundamenta en dos líneas paralelas, el tema del paisaje y la angustia de lo pictórico. El paisaje como tema y la manera de representarlo refleja una afortunada afinación en la que lo geográfico y sus proporciones no reproducen literalmente una situación sino una necesidad pictórica individual.”

“Natalya nos accede a un lenguaje compositivo abstracto dentro de la más rigurosa tradición moderna. Líneas y geometrías superpuestas sobre planos de colores contrastados construyen una perspectiva desde lo alto sembrado en la ciudad. Esta mirada perspectivista imprime a la obra la frescura y el desprejuicio de los manifiestos infantiles. El avasallante manejo del color esconde lo representado para revelar la vigencia de lo estrictamente compositivo…”

Entre una y otra de estas secuencias, de paso por Ciudad Guayana y de visita en la casa de Natalya en Los Saltos, Luis Miguel La Corte vio ‘Los Tendederos’ aún sin concluir y, de inmediato, formalizó su invitación para montarlos en la Galería de Arte Nacional. Y pese a todas las investigaciones, estudios y diseños especiales, maquetas y tantas otras cosas previstas originalmente para el desarrollo de una instalación sin precedentes, Natalya decidió su montaje en base tan solo al conjunto de telas –recias y extraordinarias imágenes de un paisaje sui géneris – las cuales se desplegaron en marzo de 1991, como inmensas oriflamas en la Sala 1 de la GAN: “Natalya parte de una visión naturalista del paisaje.” -escribe Anita Tapias, curadora de la exposición-“En sus telas, cada vez mayores, espacios y objetos son vistos como en las perspectivas más ingenuas, desde arriba o desde abajo, rasgo que nos recuerda el espacio multifocal empleado por Bárbaro Rivas.”

“Desde 1989, el tamaño y forma de las telas intenta mimetizar el espacio real. Sin bastidores, los soportes son irregulares; emiten prolongaciones a voluntad de la artista, especies de seudópodos que siguen diversas direcciones que persigue la mirada del espectador. Instalados en conjunto, estos grandes formatos conforman una suerte de registro topográfico de amplios parcelamientos de la ciudad. El resultado es una visión casi total y al mismo tiempo fragmentaria de la urbe.”

“En ‘Estacionamiento Continental’ y ‘Construcción’ se puede constatar lo señalado: la superposición de planos aéreos y frontales y el tratamiento naturalista del color. Un plano aéreo conformado por el estacionamiento (negro), tejido de cruces blancas que demarcan los puestos de aparcamiento, la acera en color marrón, los terrenos baldíos en marrón y en verde y la carpa del circo en azul y rojo. En el plano frontal observamos la construcción, a la cual alude el título, y las grúas que se proyectan verticalmente: la roja en particular, roza con las nubes, tratadas en azul.”

Natalya reinstala ahora ‘Los Tendederos’ en el Palacio Municipal de San Félix, núcleo histórico de Ciudad Guayana. Pocas veces la he visto tan ilusionada porque lo suyo sea visitado y conocido por el público. En ello presumo algo así como un propósito de “rendición de cuentas” para con su ciudad, para con unas gentes y un paisaje que ama.

A lo largo de esta década decisiva, Natalya ha sido testigo y también protagonista de las intensas transformaciones urbanas y fabriles de una urbe y de toda una región cuyo crecimiento deviene impredecible. Ahora mismo están ocurriendo otros cambios y generándose un proceso cuyo desarrollo parece llamado a interesar al país nacional. Y ella está allí, consciente de cuanto ocurre y de cómo su poética y su trabajo pueden contribuir a enriquecer y consolidar dicho proceso.

Dentro de este orden de ideas la pintura de Natalya Critchley deviene la primera y más completa crónica visual de Ciudad Guayana. Y ella es, respecto a su ciudad, cuanto Bárbaro Rivas a Petare o Armando Reverón al Litoral Guaireño.

Pero también, y a tan corta edad de su vida, una gran artista y una de las más relevantes pintoras venezolanas de nuestro siglo. Cuanto resta por decir forma parte del futuro.